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Llanto sobre las racachas

PAULOVICH © 2008 by Paulovich

MI ESPOSA ME ANUNCIÓ INTEMPESTIVAMENTE SU RETORNO A ESPAÑA luego de decirme: “No hay carne, no hay pollo, no hay tomates, los pocos pesos bolivianos que me diste no me alcanzaron ni para racachas; como comprenderás, aquí no se puede vivir y vuelvo a España porque no estoy dispuesta a seguir viviendo estas carestías y estrecheces”.

Su determinación me causó una gran tristeza, e ingenuamente le argumenté que con los 150 bolivianos que recibiré mensualmente por mi bono Dignidad nuestra situación podría mejorar en el futuro, pero ella sonrió sardónicamente ante mis ilusiones de vivir mejor en el futuro. Fue así que la española se mostró irreductible al decirme que su determinación era irrevisable y que desde España me enviaría cumplidamente sus remesas para que yo pudiera hacer frente a esta terrible inflación, que cada día será peor.

Para evitar su partida, le dije que mi amigo el yatiri Titirico me había prometido conseguir para mí una recomendación del ministro de la Presidencia para que pudiera ingresar a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) en calidad de técnico perforista, o en la Aduana Nacional, donde podría trabajar como vista aduanero aprovechando mi escasa visión, que ahora me obliga a caminar con la ayuda de un bastón, pero ella no me creyó, me dijo que yo vivo de ilusiones y que a veces hasta creo en el Evo y su Gobierno.

Como último recurso, le pedí que por última vez fuéramos agarraditos de la mano al mercado Rodríguez para comprar juntos algunos alimentos y productos que podrían satisfacer mis necesidades alimenticias durante una semana después de su viaje, solicitud que aceptó porque le pareció romántica la posibilidad de recorrer por última vez el mercado Rodríguez adquiriendo algunos alimentos para este pobre anciano huerfanito.

Entramos a la carnicería La Gorda, que estaba vacía de clientes. El carnicero gordo nos ofreció un filete de lomo a 35 bolivianos el kilo y otras carnes inferiores a 30 y también a 28… Terminé de preguntar y salimos de la carnicería para no pasar vergüenza, comprando de una casera un poco de hígado que se había llamado ‘kiwicha’.

Siempre tomados de la mano seguimos recorriendo las calles y con entusiasmo le dije a mi esposa: “¡Eureka, aquí hay racachas que tanto me gustan!”. Me abalancé sobre las racachas y pregunté a la casera por el precio. Habían subido las racachas en 50 por ciento y sólo pudimos comprar dos libritas, mientras mi emoción desbordaba mis lágrimas que cayeron sobre las racachas.

Volvimos a la casa. Ella se marchó ayer y yo quedé abrazado a mis racachas. No hay duda de que la inflación es el máximo problema del país, aunque muchos traten de disimular.


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