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Un paceño en conflictos

PAULOVICH © 2009 by Paulovich

Al iniciarse los festejos por el Bicentenario de la revolución del 16 de julio de 1809, coloqué en la mesilla del living una hermosa reproducción gráfica de don Pedro Domingo Murillo, en vez de un retrato del abuelo de mi esposa, que llegó a ser coronel de la Guardia Civil, benemérita institución española. Mi esposa me preguntó quién era el sustituto de su abuelo y yo le respondí como buen paceño: “Este señor con bigotillo y coleta es don Pedro Domingo Murillo, quien murió por liberar del yugo español a todos los bolivianos”.

Haciéndose la desentendida, la hispanoparlante me preguntó si entre los bolivianos liberados del yugo español estaba comprendido yo, respondiéndole que sí, y que la unión matrimonial entre ella y yo no me imponía nuevamente el yugo hispano.

Ella aceptó el retrato de don Pedro, aunque lo puso al lado de su abuelo materno solamente por dos días, el 15 y el 16 de julio, porque esa mesa ya parecía un escaparate histórico con las fotografías de los reyes de España, los príncipes de Asturias, don Juan Carlos y Letizia; Evo Morales vestido de Inca; don Mamerto Urriolagoitia (uno de mis héroes civiles) y una foto pequeñita de Isabel Pantoja, la tonadillera.

Como si no supiera, me preguntó quién era don Pedro Domingo Murillo y si mi héroe era descendiente de españoles, respondiéndole que claramente su apellido venía de España, pero que el protomártir era un cholo paceño nacido en Suri, un pueblecito yungueño. “Así que era un mestizo, un cholito como tú, como te llamo en mis momentos de euforia sentimental”, dijo la aragonesa, y yo asentí orgullosamente.

Luego procedimos al izamiento de banderas en mi pequeño jardín. Izamos la bandera tricolor de Bolivia y la bandera española, cantando nuestros himnos para significar la amistad entre las dos naciones. A continuación izamos la bandera de La Paz y la obligué a cantar el himno paceño. Y ella me hizo cantar una canción religiosa a la Virgen del Pilar, bailando ambos, a continuación, la célebre cueca Cholita paceña y una jota aragonesa, convirtiendo nuestra fiesta del Bicentenario de la Revolución de Julio en una celebración binacional donde olvidamos las pugnas históricas de antaño en un abrazo familiar, cual corresponde a los nuevos tiempos.

Todo fue muy bien, pero yo lo fregué todo cuando al volver de un festejo en El Alto junto a mi amigo el yatiri, una hermosa verbena, el brujo y yo volvimos a mi casa y al encontrar cerrada la puerta del jardín comenzamos a patear las puertas al grito de “¡Mueran los chapetones y gloria a Pedro Domingo Murillo, y viva La Paz y nada más!”, al estilo de dos chukutas de escasa cultura alcohólica retornando de una verbena juliana.

Son las luces y las sombras de la fiesta en el Bicentenario de la revolución paceña.

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