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Un santo en el Chapare

PAULOVICH © 2009 by Paulovich

Al leer en un periódico que hay un santo en la región del Chapare, más propiamente en la población de Chimoré, me emocioné y me dirigí a la ciudad de Cochabamba en busca de mi tía Encarna para que me condujera hasta el lugar donde sus devotos (narcotraficantes en su mayoría) le habían construido una humilde capilla donde sus fieles le veneran y le suplican milagros.

Mi anciana tía, que es católica y sólo cree en los santos que son canonizados por los papas, hizo burla de mi ingenuidad, que yo traté de disimularla bajo el manto de mi afán periodístico, y me dijo: “Bajo el régimen actual, el único santo que ha aparecido es Santos Ramírez, quien vive en San Pedro, no en la Basílica de San Pedro en Roma, sino en la cárcel del mismo nombre”, manifestándole que esas coincidencias de nombre ya me parecían sintomáticas.

En medio de su incredulidad y la necesidad de que algún santo nuevo realizara un milagrito que me pudiera sacar de mis penurias económicas, llegamos a la zona cocalera donde hay más chicherías y naiclús que en la zona roja de la ciudad de El Alto, de más está decir que la viejita y yo nos refugiamos en la discoteca Coca y Cumbia, para poder charlar con algunos clientes del local y de esa manera conseguir mayor información acerca del santo del Chapare.

Una cholita cochabambina, gerente y propietaria del centro nocturno, nos dijo: “Es verdad que aquí cerca hay un santo chapareño que hace milagros a los endiablados del narcotráfico”.

Yo cerré los ojos y me puse a rezar mentalmente al famoso santo y mi tía me recriminó por tal ligereza diciéndome: “Todavía no le reces a este santo chapareño porque no está oficializado por Roma y ni siquiera ha llegado a ser beatificado. Tendremos que averiguar más para que lo incorpores provisionalmente en tu santoral”.

Como mi tía Encarna ve menos que yo, pues mi vista funciona mejor cuando tengo una chola al frente, hice una guiñada a la cholita y le pedí que me contara todo lo que sabía del santo de los narcotraficantes.

Ella me dijo que el ciudadano se llamaba en vida Héctor Monzón y que oficiaba en la región como curandero y también ejercía la brujería, igual que mi amigo el yatiri Titirico, como yo le conté, pero ella nunca había escuchado hablar de mi célebre amigo.

Agregó la cholita después de una copa de whisky, bebida preferida de los narcotraficantes del lugar: “Como todo brujo, era borracho y le apodamos en el pueblo como ‘Jailón’. Un día, conduciendo su vehículo a gran velocidad, chocó y su vagoneta se hizo trizas. El ‘Jailón’ murió ante la pena y el desconsuelo de todos sus pacientes y clientes que acudían a él, pues todos lo querían mucho al ’Jailón’”.

Así nomás apareció una capilla y los cocaleros, y también los “narcos”, comenzaron a encenderle velas y a rezarle pidiéndole milagros de toda clase que, según algunos, San Jailón hace muchos.

Mi tía, que es más ortodoxa que yo, me dijo que todo era un cuento y una superchería, pero yo comienzo a creer en San Jailón al ver los prodigios que hace el presidente Evo en el Chapare, aunque mi creencia es clandestina.

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