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No tengo ganas de bailar



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, viernes, 13 de agosto de 2010

Cuando llegamos a Quillacollo, mi primera intención fue invitar a mi comadre Macacha a degustar los célebres chicharrones quillacolleños, pero recapacité a tiempo y le dije: “Mi primera obligación de peregrino es presentarme ante la Virgen de Urkupiña para saludarla porque primero está la devoción y después viene la degustación”.

Al ingresar al templo pedí a mi pariente espiritual que se pusiera de rodillas junto a mí para acercarnos al altar postrados de hinojos y cantando a vuestros pies, Oh, Madre, llega un infeliz, cargado de angustias y de penas mil… mientras gruesos lagrimones rodaban por nuestras mejillas implorando a la Virgen el perdón de nuestros pecados y la conversión al Catolicismo de nuestro presidente Evo y del vicepresidente Álvaro García Linera.

Recorrí gran parte del templo acercándome al altar de rodillas y apoyando en los hombros de mi comadre hincando mis rótulas sobre una almohadilla que previsoramente llevé, mientras que mi comadre cumplió su ruta penitencial “a rodilla pelada”.

Apenas elevé mis ojos hacia la Mamita de Urkupiña, ella me dijo: “Algo te pasa, Paulino Huanca, porque tus ojos chaskañawis no te brillan como de costumbre y me parece que hay mucha tristeza en tu alma”. Traté de aguantar su mirada piadosa y al comprobar que ella había leído las profundidades de mi corazón, rompí a llorar y le conté los motivos de mi tristeza.

Le hablé de Potosí y del calvario que vive su pueblo sumido en la pobreza y en el atraso y que hoy lanza un grito desesperado que se escucha en muchos lugares de Bolivia menos en los palacios y en los sótanos del Poder repletos de burócratas enriquecidos e insensibles. No sé qué otras cosas más le dije en medio de mi llanto entrecortado, para concluir diciéndole: “He venido a bailar en tu honor, Virgencita de Urkupiña, pero no tengo ganas de bailar porque mi alma está transida de dolor”.

Ella se contagió de mi tristeza y me dijo: “No importa que no bailes, Paulino, lo que me importa es que hubieras venido a saludarme en el día de mi fiesta para contarme tus tristezas y las de muchísimos bolivianos que lloran con Potosí y su pueblo. Habrá muchos que bailarán en mi honor y me pedirán milagros, yo te concederé lo que me pidas, menos la conversión de lo soberbios porque ellos se creen dioses”.

La audiencia concluyó. Macacha y yo salimos del templo de San Idelfonso luego de hablar con la Madre de Dios y de haber llorado a sus pies después de haber cantado a vuestros pies, Oh madre, llega un infeliz, cargado de angustias y de penas mil…

Fuimos a degustar los chicharrones de Quillacollo y al salir del sórdido boliche nos encontramos con nuestra fraternidad que daba sus últimos toques a la morenada que interpretarán en la Entrada. Los miré con nostalgia y tristeza, y Macacha me dijo: Estás triste, negro, dime pues por qué estando a tu lado tu chola adoradaaaaa, aceptando bailar con ella, pero sin nadie que nos vea. Es que el Diablo nunca duerme.

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