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Se llamaba Juan Trigo Arce



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La Paz - Bolivia, jueves, 19 de agosto de 2010

Cuando un hombre pasa de los 80 años, ya no se le suman más años ni se le pregunta qué vas a hacer mañana porque puede hacer cualquier cosa: desde irse a Las Vegas para seguir jugando con la ruleta de la vida, asistir a una convención de rotarios en Sidney, Australia, hacerse el encontradizo con Shakira en África del Sur, o ir al cementerio Jardín para llorar a Delia, quien fue su Ángel de la Guarda y se murió primero.

Como yo nací algunos años después que él, no sé dónde nació Juan Trigo Arce, pero sus apellidos y algún soplón me dijeron que nació en Tarija, aunque también pudo nacer en Cochabamba, pero lo cierto es que murió en La Paz hace pocos días después de haber vivido muchos años, no importa cuántos, repartiendo amistad y amor, y colaborando en nobles instituciones como el Rotary Club y muchos clubes sociales como el Club de La Paz, el Círculo de la Unión, Club 16 de Julio, Automóvil Club Boliviano y otros.

No recuerdo dónde le conocí, pero me sorprendió saber que Juan Trigo Arce era un coronel de nuestras Fuerzas Armadas, y que con ese grado ingresó en la Universidad de San Andrés, de donde egresó como licenciado en Ciencias Económicas, llegando a ocupar posteriormente importantes cargos de empresas estatales y privadas. Sin embargo, conservó hasta sus últimos días el entusiasmo de un caballero cadete y el espíritu romántico de un capitán, aunque nunca me relató sus batallas victoriosas ni sus retiradas estratégicas.

Algunos estudiosos de la vida afirman que la suerte no existe y que ésta sólo es la combinación de la inteligencia y la oportunidad, pero yo sigo creyendo que la suerte existe y hay hombres que la tienen y otros que no la tienen. Juan Trigo Arce fue un hombre con suerte, pues jamás le vi perder en la ruleta de la vida ni en los naipes del amor, ni en los dados de la fortuna. Tal vez sea por ello que la vida fue con él una experiencia larga en la que si alguna vez hubo lágrimas, éstas fueron rápidamente enjugadas por sus hijas Martha y Amparo.

Este Juan Trigo Arce fue un amauta verdadero, pues vivió sus días aprendiendo la vida en la vida de sus seres más cercanos y en la de sus amigos que fuimos muchos y nos acercábamos a él para que nos enseñara un poco de los secretos que le habían revelado el sol, la luna y las estrellas acerca de la vida, el amor, el dolor, la lealtad y la cordura y la amistad que son asignaciones que aprenden los amautas de verdad, aquellos hombres viejos y sabios que transitan junto a nosotros por la vida simulando su vejez y cubriendo su sabiduría con un manto de humildad y sencillez.

Mi amigo Juan Trigo Arce murió y hoy estoy triste porque el humor se escondió, y hoy sólo me queda el recuerdo.

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