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Hoy es mi cumpleaños



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, viernes, 27 de agosto de 2010

Me encanta echar a los cuatro vientos la noticia de que hoy es mi cumpleaños porque algunas personas me abrazan y me desean felicidad y los más buenos me dicen al saber que cumplo 83 años: “Pues estás bien conservado…”, habiendo también otros que dicen en su interior: “Me parece que ya te estás pasando de vivo, es hora de que entregues la herramienta al Diablo”. Lo cierto es que a cada uno le gusta cumplir años.

Uno de mis amigos yatiris se encargó de divulgar en El Alto la noticia de mi cumpleaños, y fueron mis alumnas, a quienes enseño a bailar el tango en mi academia “Carlos Gardel”, las que organizaron una fiesta anoche en las instalaciones del naiclú Malena, a la que se adhirieron entre otros algunos representantes del bar Chuma, algunos asiduos de “La casa del tarateño”, una delegación del “Palacio del silpanchu” y notables intelectuales alteños, achacacheños y los aromáticos que llegaron desde la provincia Aroma; además de un representante del gobernador de La Paz, César Cocarico, a quien no he visto nunca en mi vida. Hubo una invitación telefónica a mi esposa, quien manifestó su pesar por no poder llegar a La Paz, aunque anunció una remesa extraordinaria por tan fausto motivo.

Las palabras de inauguración de la fiesta estuvieron a cargo del yatiri Titirico, pues su colega el doctor Calimán se encontraba en Corea del Sur asesorando al presidente Evo y a sus ministros en una materia tan difícil como es la búsqueda de un socio para la explotación del litio, y cuando tuvo que referirse a mí, manifestó su predicción de que yo viviría hasta los cien años, salvo error u omisión, siempre y cuando no conspire contra Evo y Álvaro. Los invitados comenzaron a impacientarse porque lo que deseaban era comenzar a beber y a bailar, escuchándose gritos de “¡meta cumbia!”, por lo que el yatiri tuvo que concluir su discurso.

Macacha quiso iniciar el baile conmigo, pero mis discípulas de la academia tanguera no se lo permitieron, teniendo que bailar con las señoras y señoritas de la sociedad alteña, la más alta del mundo, hasta que me flaquearon las piernas.

Mi comadre me recogió de la pista y con voz serena me dijo: “Usted abusa de su cuerpo, compadre, y no debería hacerlo, yo creo que debería celebrar su cumpleaños de manera más recatada y tranquila, bebiendo una copa de vino con sus amigos y parientes para luego meditar sobre la bondad de Dios, que fue muy grande con usted y muy generosa. Permita usted, compadre, que lo separe de estas pelanduzcas y le conduzca a su hogar donde pueda usted reposar luego de haber hecho pis y de haber rezado tres avemarías”. Y así lo hizo, cargándome en su k’epi.

Esta mañana desperté sano con la mente clara y el alma alegre y sin remordimientos. Toda la fiesta de anoche había sido sólo un sueño en tecnicolor y en cholacolor. Al despertarme dije: “Gracias, Dios mío, por concederme un año más de vida abrazando espiritualmente a mi esposa, a mis hijos y a mis nietos, y abrazando a mis buenos amigos.

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