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Batalla campal navideña



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, jueves, 09 de diciembre de 2010

El otro día buscaba en mi ropero los ch’ullu-ch’ullus que guardo desde mi niñez para adorar al Niño Dios que pronto nacerá, cuando mi labor fue interrumpida por la llegada de mi comadre Macacha, quien al verme se echó en mis brazos, para luego mostrarme su ojo derecho amoratado, mientras el izquierdo parecía pinchado, pues un chorro de lágrimas brotaba de sus pupilas.

Al verla en estado tan lamentable, mi espíritu varonil se puso de pie y con voz indignada pregunté a mi pariente espiritual: “¿Quién ha osado levantarle la mano sin respetar su condición de mujer? ¡Dígame el nombre de su agresor y yo le borraré hasta el apellido!”.

La pobre comadre apenas podía hablar porque la rabia y el dolor se lo impedían, hasta que farfullando me pidió que sacara del refrigerador un poco de carne cruda para colocarla sobre su ojo hinchado y desinflamarle el párpado que a ratos era morado y a ratos negro. Le curé provisionalmente con la aplicación de unos hielos que pasé por todo su rostro, e insistí en que me condujera hasta el sitio donde fue agredida salvajemente para hallar a su atacante y sacarle su contumelia, que no sé dónde se encuentra, y así vengar la cobarde agresión a mi comadre cochabambina.

Le pregunté si se hallaba en condiciones de conducir mi motocicleta Hardley Davidson hasta el sitio de la vil agresión, respondiendo la valerosa valluna: “Todavía puedo ver bien con el otro ojo, así que monte en la moto, compadre, pero no lleve su arma de fuego ni tampoco armas blancas porque podría usted desgraciarse por toda la vida”. Macacha me condujo hasta la Feria de Navidad, donde algunos funcionarios municipales trataban de asignar puestos a millares de gremiales pertenecientes a diversas federaciones, quienes al verme con el ceño fruncido me saludaron amablemente, preguntándome si ya me habían asignado los sitios para colocar mi mercadería navideña.

Sediento de venganza por la agresión que había sufrido mi comadre Macacha por mi culpa, pues yo le había encargado que asistiera al acto de distribución de los espacios de venta en la feria, pregunté en voz alta quién le había pegado a mi comadre. Sólo el silencio respondió a mi enfurecida pregunta. Mientras tanto, Macacha ya había colocado a un sobrino y a dos de sus acreedores cuidando los espacios que nos correspondían y marcamos nuestros espacios concedidos con pintura roja y una inscripción que dice: “Área concedida a Macacha y Paulino”.

Para imponer mayor respeto a nuestro territorio, saqué mi revólver Colt y disparé tres tiros al aire, luego de lo cual dije a mis colegas contrabandistas navideños: “Viva el Niño Jesús en cuyo honor contrabandeamos algunas cositas. Mueran los aduaneros que se incautan de nuestra mercadería. ¡Viva el espíritu navideño de paz y amor!

Y salí llevando del brazo a mi comadre Macacha que casi perdió un ojo por colaborarme cuando se repartieron espacios en la feria navideña. Ella sonriendo y con su ojo que ya se había vuelto verde y yo orgulloso de tener una comadre cochala que protege mis intereses.

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