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La Navidad enloquece



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, miércoles, 22 de diciembre de 2010

Al comprobar la desaparición de mi aguinaldo navideño y los obsequios en dinero que recibí de mi esposa residente en España y de mis tías que viven en Europa después de que mi comadre Macacha me ayudara a comprar cuatro pilchas locas y cuatro juguetes adefesiosos en la calle Huyustus y en el barrio de San Miguel, sentí extrañas calenturas en el cuerpo y unas punzadas en la nuca al mismo tiempo que un desarreglo estomacal que me obligó a buscar corriendo el cuarto de baño.

Como me puse a temblar y a transpirar como huminta en olla y mis dientes a castañetear, alcancé a llegar al teléfono y llamé a mi comadre Macacha porque me sentí morir, rogándole que acudiera a mi domicilio inmediatamente para dictarle mis últimas disposiciones.

Ella acudió montada en mi motocicleta Harley Davidson y luego de apearse, llegó a tiempo para evitar que me desplomara.

Me tocó todo lo que quiso para dar con mi mal y luego diagnosticó: “Compadre, tiene usted un ataque surtido en todo el cuerpo y lo mejor sería que llamáramos a un médico forense porque veo en su mal una mano criminal”.

Le pedí que no fuera tan alarmista y llamamos a mi psiquiatra de cabecera, el afamado doctor Marcelo de la Quintana, quien ya me ha tratado de ataques surtidos similares en anteriores navidades.

Al llegar el insigne facultativo, dijo como los toreros españoles en el ruedo: “¡Dejadme solo frente a la bestia!”, y con hábiles preguntas supo de mi mal, pues me dijo: “Sufres de angustia navideña como millones de bolivianos que tratan de vivir una Navidad humilde y cristiana y se sienten devorados por la publicidad que los empuja a actividades sin límites, llegando a la locura y al desequilibrio”.

Llevado de mi desequilibrio nervioso y mental, yo permanecía en brazos de mi comadre que me cubría con una manta de lana de vicuña que atenuaba mis temblores, mientras me decía con su dulce habla de cochabambina: “Ya no tiembles, wawitay, compadre mío, porque el doctor te salvará de tu ataque surtido y tampoco llores porque no vas a morir atacado de ‘naviditis’. Ya verás que pronto llegará la Navidad y pasará y los pastores se irán y llegará el Año Nuevo. No morirás, compadrito mío, porque todavía me debes bastante dinero y no podrás irte al otro mundo dejándome colgada y sin honrar tu deuda como un caballero…”.

El famoso doctor me puso una inyección de Pinchaculina que tranquilizó mi sistema nervioso y logró que me durmiera en brazos de mi comadre, a quien le dijo mi psiquiatra de cabecera: “Déjelo usted dormir, señora, y no lo despierte hasta la Nochebuena y llévelo a la Misa de Gallo en la parroquia de Obrajes que se celebrará a las nueve de la noche. Pero, sobre todo no le hable usted de dinero ni lo haga bailar hasta la noche del Año Nuevo, cuando podrá hacerlo bailar lo que quiera y hasta cualquier hora”.

Así pasé mi ataque surtido que sufrí por culpa de la Navidad.

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