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El arte de hacer regalos



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, Miércoles, 23 de diciembre de 2009

La sublime fiesta de la Navidad ha sido transformada sutilmente por Satanás en una o varias jornadas de shopping agotador y los mayores beneficiados son los mercaderes. Nuestro cardenal y arzobispo de Santa Cruz, monseñor Julio Terrazas, nos enseña en su reciente homilía el verdadero camino de la espiritualidad que genera la evocación del nacimiento del niño Jesús en un portal de Belén.

La meditación basada en sus sabias palabras y la actual crisis económica que soportamos algunos ciudadanos me hizo recordar mis desaciertos en el arte de comprar regalos navideños que satisfagan y alegren a las personas obsequiadas, hechos que me produjeron disgustos, malestar y vergüenza porque mis obsequios siempre fueron hechos con buena voluntad.

Nunca olvidaré que hace muchísimos años regalé a una de mis tías que era bastante gordita un corsé, creyendo ingenuamente que me agradecería el regalo.

No fue fácil la adquisición de esta prenda femenina y tuve que recorrer infinidad de lencerías especializadas en ropa íntima femenina donde un lego en la materia como yo trataba de explicar a las vendedoras las dimensiones corporales de mi tía, mucho más si las dependientes eran mujeres y no podía explicarles las medidas de mi pariente ni decirles cuánto de pechos tenía, cuánto de huata o de trasero.

Hasta que al pasar por una ortopedia vi en el escaparate una faja que me pareció apropiada para mi gorda tía y la adquirí, no sin antes decirle al vendedor: “Por favor, envuélvamelo en papel de regalo”. Le entregué el obsequio la noche del 24 de diciembre y mi tía gorda nunca me lo agradeció porque nunca más volvió a dirigirme la palabra y cuando me veía en la calle me decía al pasar: “¡Grosero!”.

Es que hay que saber comprar regalos bonitos, útiles, baratos y si quiere obsequiar convenientemente a una pariente o amiga, visite una lencería y no un almacén de artículos ortopédicos.

Éste es sólo un ejemplo de los muchos que me sucedieron en navidades pasadas, aunque se me viene a la memoria otro que demuestra que soy poco afortunado en la elección de regalos navideños. Pensando en agradar a una empleada de Correos que siempre me atendía con gentileza, busqué un regalo para ella y compré en un bazar un spray perfumado para su cabello que lo tenía muy hermoso: como había tanta gente comprando productos similares, el dependiente cogió un tubo de dimensiones parecidas, lo envolvió en papel de regalo y me lo entregó.

Presuroso me dirigí a la oficina de Correos y le entregué mi obsequio con emoción y me despedí deseándole una feliz Navidad. Cuando regresé a esas dependencias los primeros días del próximo año, la que era gentil empleada me trató muy mal acusándome de haberla llamado “bigotuda” al obsequiarla con un tubo de crema para afeitar. Ya no pude explicarle que el empleado se confundió de producto y que yo quería obsequiarla con un spray para su cabello. Desde entonces no recibo más cartas ni tarjetas de Navidad.

Es que hay un arte de comprar regalos navideños y lo desconozco.

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