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Comienza la Cuaresma


ALFONSO PRUDENCIO CLAURE Paulovich
© LOS TIEMPOS / Cochabamba, Bolivia
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© by Paulovich



La Paz - Bolivia, miércoles, 9 de marzo de 2011

Esta mañana muy temprano sentí golpes en mi alcoba conyugal y al oír la voz de mi comadre Macacha, le dije desde mi lecho:

“No me moleste comadre, porque el Carnaval ya ha terminado y no tengo el menor deseo de continuar bailando en esta banda y en la otra banda, la alegría es la que manda, palomitay… porque a partir de hoy comienza la Santa Cuaresma y no quiero más chicha y tampoco más cholas”.

La buena mujer, sin atreverse a ingresar en mi alcoba sacrosanta, me dijo:

“Guay compadre, qué le está pasando, yo no estoy viniendo a tentarle ni a rogarle que baile conmigo ni a tentar a sus carnes, he venido para hacerle recuerdo que hoy es Miércoles de Ceniza y tenemos que ir al templo de la Exaltación en Obrajes para confesarnos de nuestros pecados que hemos cometido en estos carnavales”.

Esa referencia a nuestros pecados que habíamos cometido en los carnavales tampoco me gustó, y le dije a la cochabambina:
“Le ruego no involucrarme en sus pecados carnavaleros que seguramente usted ha cometido, porque yo no cometí ninguno porque solamente me antojé sin atreverme a proponerlos”.

“Ese es su problema compadre, pero igualmente ha pecado aunque sólo fuera con el pensamiento, y esos pecados deberá usted confesarlos ante el señor cura, quien se los perdonará en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Cuando estuve convencido de la inocencia y buenas intenciones de mi comadre Macacha, salté de mi cama y salí de mi alcoba para saludarla, pero la púdica cholita cochabambina cerró los ojos y se dio la vuelta diciendo:
“Por Dios compadre, cúbrase con algo, cómo viene a saludarme estando calancho”.
Avergonzado, me cubrí con mis manos y me encerré en el cuarto de baño para bañarme y acicalarme mientras Macacha seguía sosteniendo que yo era un desvergonzado. Al cabo de media hora, envuelto en mi albornoz, salí hecho un sol para vestirme con un atuendo correspondiente a la época litúrgica que corresponde, o sea traje negro y camisa morada, una combinación algo “huachafa”, pero de gran significado. Mi comadre cochabambina también lucía blusa morada, manta negra de seda y polleras negras que dejaban aparecer el blanco níveo de su mankancha, todo coronado por un sombrero borsalino de color negro.

Al ingresar al templo, nos acercamos al confesionario, ocupando ella una ventanilla y yo la otra, desde la cual pude escuchar parte de la confesión de mi comadre, no pudiendo revelar lo que ella dijo porque soy muy hombre y porque respeto el secreto de confesión. Después de la ceremonia del perdón, Macacha me dijo que los confesionarios, al igual que los retretes, deberían ser separados para mujeres y hombres, lo cual me pareció inteligente e higiénico.

Seguimos la Santa Misa y el buen cura nos impuso la ceniza en nuestras frentes, advirtiendo que en la mía había sólo una poquita, mientras que la frente de mi comadre lucía completamente negra.

Sin embargo, la ceniza nos recordó al principio y el fin de cada persona humana, lo cual debería hacernos más humildes.

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