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Alarmante cifra de feminicidios


ALFONSO PRUDENCIO CLAURE Paulovich
© LOS TIEMPOS / Cochabamba, Bolivia
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© by Paulovich



La Paz - Bolivia, miércoles, 30 de marzo de 2011

La otra mañana se presentó en mi casa mi comadre Macacha con una expresión preocupada y me preguntó de sopetón si antes de convertirse en mi pariente espiritual yo había matado a alguna de mis esposas o enamoradas. Su pregunta me dejó estupefacto y al cabo de varios instantes tuve que aclararle que antes y después de conocerla sólo tengo una mujer que vive actualmente en España. La cochabambina me miró fijamente y dando un hondo suspiro me dijo: “Creo en lo que dice, compadre, porque usted no mata ni una mosca”.

La invité a desayunar conmigo y le pregunté por qué me había hecho semejante interrogación, respondiéndome la cholita que había leído en un periódico que en estos tres meses del año en curso se habían cometido 22 casos de feminicidios, lo cual la alarmó, como a muchas mujeres del país.

Cuando puse una taza de café en su delante, vi que no lo probaba y le dije afectuosamente que se sirviera, pero ella me contestó: “Primero sírvase usted, compadre, yo lo haré después, no vaya a ser que usted quiera librarse de mí y despacharme a la eternidad para no pagarme la plata que me debe”.

Comprendí que la noticia periodística la había impresionado sobremanera y le dije sonriendo que nadie intentaría envenenar a una comadre tan guapa y generosa como ella. No me agradeció el piropazo y apenas probó el café que tan cariñosamente le había invitado.

Luego nos pusimos a conversar, aunque noté que mi comadre me seguía mirando con desconfianza, hasta que me pidió que le explicara cómo algunos hombres perversos podían matar a la mujer que amaban, y traté de explicarle que una causal muy frecuente eran los celos que el hombre enamorado siente por la mujer a la que ama apasionadamente, como dice la letra de una cueca famosa: Tengo celos de la brisa, tengo celos del viento, celos-morena-de tu sonrisa y hasta de tu pensamiento, celos del blando sillón donde tu cuerpo reposa y de la rosa-morena que engalana tu balcón…

Al concluir de recitarle esos versos, mi comadre se levantó bruscamente del blando sillón donde su cuerpo reposaba y sacando un cuchillo de cocina que guardaba bajo sus polleras me dijo: “Usted me quiere matar, compadre, y yo no permitiré que se convierta en un feminicida más…”.

Le expliqué tranquilamente que nunca fui un uxoricida y que tampoco maté a ninguna de mis enamoradas, pues a lo máximo que llegué con ellas fue a emborracharlas, a tal punto que alguno de mis amigos me llamó Flytox que emborrachaba a las mosquitas, pero nunca las mataba, pero mi comadre se hallaba enajenada por la noticia y hasta llegó a pensar que yo podría ser un feminicida, no por estar enamorado, ni sentir celos y temor de perder a una comadre tan guapa y generosa, sino un vulgar feminicida que podría matarla para no devolver la plata que me prestó en los últimos dos años.

La despedí en la puerta de calle y mientras encendía el motor de mi motocicleta, miró varias veces hacia atrás para comprobar que no la estaba apuntando con mi pistolita calibre 22.

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