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Se llamaban ch’usus


ALFONSO PRUDENCIO CLAURE Paulovich
© LOS TIEMPOS / Cochabamba, Bolivia
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© by Paulovich



La Paz - Bolivia, miércoles, 2 de marzo de 2011

Está comprobado que somos un pueblo de bailarines y bailamos no sólo en los carnavales, sino todo el año y en todas las regiones del país y cuando éste nos resulta pequeño, nos vamos a bailar a Puno o al norte de la Argentina, siendo este fenómeno el causante para que alguien dijera: “Sé que nos estamos yendo a la eme, pero nos iremos bailando…”.

Sin embargo, para bailar, necesitamos de los ch’usus, simpático sobrenombre con el que rebautizamos a los intérpretes instrumentales de nuestra música que nos acompañan por calles y plazas, mientras nosotros ejecutamos pasos rítmicos, o ejecutamos saltos, o nos embracetamos de nuestras parejas para avanzar con compás o sin él por las calles de nuestros pueblos y ciudades.

Todas las consideraciones anteriores salieron de los labios de mi comadre Macacha que es la única interlocutora que actualmente tengo en mi refugio de El Alto, cerca de Río Seco, donde discurren los tristes días de mi vejez, hoy auxiliados por la generosidad de esta buena chola cochabambina que trató de llevarme en días pasados a Oruro a escuchar el concierto de bandas carnavaleras al cargo de cinco mil ejecutantes.

“Vamos a Oruro, compadre —decía la folklórica cochabambina—, es una cosa muy linda escuchar a estos ‘virtuosos’ del clarinete y del trombón, del bombo, los tambores y los platillos, tocando al unísono bajo la dirección de una batuta, dignos de figurar en el libro de récords de Guinness”. Aquel día me encontraba triste, presintiendo lo que sucedería días después en La Paz, y preferí permanecer en mi refugio clandestino de El Alto.

Macacha respetó mi decisión, pero continuó hablando de aquellos que en mi niñez llamaba ch’usus. La entusiasta cochabambina me dijo: “Ya no son ch’usus, ahora son diestros intérpretes y maestros desde que se supo que nuestro actual presidente Evo Morales había formado parte de la Banda Imperial de Oruro cuando él era joven trompetista, y mire, compadre, dónde ha llegado, pues ha cambiado la trompeta por la batuta y se cree el Harry James orureño”.

Tratando de contagiarme su adoración por los músicos orureños, me preguntó si yo cuando era joven había tocado algo, respondiéndole nostálgicamente que yo había tocado muchas cosas, especialmente a las cholitas cochabambinas, lo que provocó una sonrisa en la pícara Macacha, quien replicó: “Seguramente tocó alguna flauta y le salió corneta…”.

Para congraciarme con mi comadre, le conté un pasaje de mi vida cuando fui tamborero en el Colegio Militar y fui dado de baja ignominiosamente cuando una noche me “chorreé” de Irpavi con algunos cadetes y fuimos a parar a una alegre casa del barrio de Caiconi donde me puse a tocar batería.

Ese pasaje de mi primera juventud agradó a mi comadre Macacha, quien me dijo: “Ahora que sé que alguna vez fue usted ch’usu, le prometo que le acompañaré a bailar toda su vida”.

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