La Noticia de Perfil™ • Sabado, 26 Abril de 2025

“Mi pichicata querida”

PAULOVICH © 2009 by Paulovich

Al conocer la noticia de que la coca generó 113 toneladas de cocaína durante el pasado año, me vino mi ataque surtido de locura. Mis pelos y vellos se pararon, mis ojos se miraron el uno al otro como los de Ojinson Crusoe, mi cerebro se volvió caldo de cabeza de cordero, y abrazando a mi esposa, le dije con voz de ultratumba: “¡Mi pichicata querida, tú salvarás a Bolivia!”.

Mi esposa, paralizada por el terror, apenas pudo telefonear de urgencia a mi psiquiatra de cabecera, el afamado doctor Marcelo de la Quintana, quien le dijo: “Dele inmediatamente un golpe en la cabeza y amárrelo a la cama mientras yo llego”.

El galeno me administró dos inyecciones de pinchaculina y un tranquilizante que se utiliza para los caballeros que se lesionan en el Club Hípico Los Sargentos, fármacos que me hicieron dormir durante cinco horas, al cabo de las cuales desperté y le dije a mi esposa con voz trémula: “¡Mi pichicata querida, tu salvarás a Bolivia!”.

Luego le pregunté: ¿Tú me acompañarías al Chapare para plantar coca (hoja sagrada) y cosechar cocaína para convertirnos en ricos y vivir luego de Marbella o en Mónaco? Ella, compadecida de mis desvaríos, me respondió: “Claro que sí, chaval, yo te acompañaría al Chapare, o a Caranavi, o a Palos Blancos, o al Parque Nacional Isiboro Sécure”.

Sus palabras de lealtad matrimonial me tranquilizaron, y ella dulcemente me preguntó si me fue muy mal en mi carrera de periodista y escritor. Quise exprimir alguna respuesta inteligente de mi cerebro, pero como éste se había convertido en un caldo de cabeza de cordero, sólo salió un chorro de agua caliente. En pocas palabras le dije: “No me quejo de mi suerte literaria y gané hasta algunos premios, pero hacerme rico nunca pude. Y ahora si tú me ayudas seremos ricos de verdad produciendo y vendiendo cocaína en un territorio cada día más extenso y cumpliendo la nueva Constitución mamarrachada, que en uno de sus preceptos habla de la hoja sagrada de la coca y de la protección que le prestará el nuevo Estado Plurinacional, multicolor y folklórico (antes República de Bolivia)”.

Mi esposa derramó lágrimas de verdad cuando le conté que en mi intento de ser ricos había vendido ropa usada en varias ciudades hasta que el Gobierno me lo prohibió. Compré dos autos usados que debía recoger en Arica, pero el Gobierno decretó que mis autos no pasarían, perdiendo toda mi pequeña inversión. También trabajé en una microindustria que fabricaba mangas de chaleco, pero el contrabando de ropa china desvaneció mis sueños.

¿Qué más me queda por hacer? —le pregunté—, concluyendo mi historia con estas patéticas palabras de un loco rematado, de cerebro acuoso y de palabras amargadas: “Sólo nos queda dedicarnos a la plantación de coca, a la fabricación clandestina de cocaína y a la exportación de droga. Vámonos al Chapare, o a los Yungas de La Paz, a Caranavi, a Palos Blancos y a Apolo. No nos queda otro camino en este país cocalero, presidido por un insigne cocalero”.

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