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Fuimos a confesarnos


ALFONSO PRUDENCIO CLAURE Paulovich
© LOS TIEMPOS / Cochabamba, Bolivia
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© by Paulovich



La Paz - Bolivia, miércoles, 20 de abril de 2011

Gracias a Dios, llegamos a Cochabamba y, como le sucede a mucha gente, lo primero que sentimos al pisar la capital valluna fue hambre y eso que comimos varias veces durante el viaje. Mi transportadora oficial me dijo: “¿No quisiera usted, compadre, comer un silpanchu antes de conducirlo a su hotel…?”. Comprobé que me había adivinado el pensamiento y le acepté agradecido, no sin antes advertirle que yo no llevaba dinero en el bolsillo porque no había cambiado mis dólares que traje de La Paz.

Fuimos en mi motocicleta Harley Davidson hasta El Palacio del Silpanchu y devoramos ese manjar sin decir palabra hasta dar fin con esa porción reducida de carne, luego de lo cual pudo decirme mi comadre: “Sólo en el Palacio de Gobierno y en el Palacio del Silpanchu se come tan bien, con la diferencia de que aquí hay que pagar la cuenta, mientras que en el Palacio de La Paz todo es gratis, o como usted diría tisgra”.

Luego de ese pequeño anticipo gastronómico, ella me dijo que deberíamos confesarnos para comulgar el Jueves Santo; yo le dije que sí, que lo haríamos, porque yo sólo me acusaba de pocos pecados veniales y me gustaría prepararla para su confesión, para lo cual deberíamos conversar en mi hotel, gesto que me agradeció reconociendo mi regular preparación en materia religiosa.

Sentados frente a la barra del bar, pedí una copa de whisky para mí y una copa de San Mateo para ella, explicándole que San Mateo era para mí el primer evangelista.

Mi comadre me preguntó cuáles eran los principales requisitos para hacer una buena confesión, respondiéndole: “Lo primero que debes hacer es un examen de conciencia, luego, decir tus pecados al confesor, después sentir dolor de corazón por haberlos cometido, luego hacer un propósito de no volver a cometerlos, y luego cumplir la penitencia que te impondrá el confesor”.

La cholita cochabambina abrió los ojos admirando mis conocimientos teológicos, explicándole que sólo era parte del catecismo que aprendí de niño en el colegio San Calixto.

Me preguntó mi pariente espiritual qué era eso del “examen de conciencia”, explicándole que se trata sólo de preguntarse a sí misma acerca de los pecados que cometió de palabra, pensamiento, obra y omisión. “Para usted, comadre, le va a ser difícil este examen de conciencia porque usted es prestamista y casi no tiene conciencia con los que le debemos plata…”. Mis palabras la hicieron reflexionar y estuvo a punto de perdonarme las deudas que tengo con ella, pero prefirió pasar de este tema a otro.

Le sugerí astutamente que hiciera la prueba de confesión diciendome sus pecados cual si fuera el confesor, pero ella, que es vivísima, no cayó en la trampa y me dijo que yo estaba muy lejos de ser un santo confesor, acercándome más para ser considerado un pecador normalucho.

Fuimos juntos a la catedral para confesarnos y como yo estaba al otro lado de su ventanilla del confesionario, escuché sus pecadillos y confirmé mi opinión de que es una buena mujer.

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