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Recuerdos de aquel Viernes


ALFONSO PRUDENCIO CLAURE Paulovich
© LOS TIEMPOS / Cochabamba, Bolivia
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© by Paulovich



La Paz - Bolivia, viernes, 22 de abril de 2011

El relato de mis recuerdos de aquella otra vida que viví en Jerusalén en tiempos de Jesús entristeció a mi comadre Macacha, quien derramó unas lágrimas al conocer la tristeza infinita y la angustia que se vivió en Getsemaní y que llevaron al Maestro a derramar lágrimas de sangre, mientras sus discípulos no pudieron orar y velar con él porque se durmieron.

Mi comadre, que no quería perderse un solo detalle de los hechos, me preguntó: “¿Y usted en qué lugar de Getsemaní se hallaba y qué hacía mientras Jesús lloraba sangre al saber todo lo que tendría que padecer para que se cumpliera el plan divino?”. Le respondí que yo me encontraba a prudente distancia de los apóstoles, anotando en mi libreta de periodista todo lo que sucedía, protegido detrás de unos olivares.

Mi respuesta no agradó a la valerosa cochabambina, quien me dijo: “Usted representaba en ese momento a todos los cristianos que cuando perciben el peligro de ser perseguidos por su fe, se ocultan detrás de unos olivares; menos mal que en su vida actual no le tiene miedo a nadie, y menos a los socialistas del siglo XV que no se atreven a declararse ateos y enemigos del cristianismo…”.

Sus palabras me sorprendieron, pero no le dije nada y continúe con mi relato de la Pasión y Muerte de Jesús: “Sentí la llegada de hombres armados y a la cabeza de ellos venía Judas, quien adelantándose a todos se acercó a Jesús, dándole un beso en la frente y diciéndole: ‘¡Salve Maestro!’, como siempre le saludaba a Jesús”. Macacha no se pudo contener y exclamó: “¡Qué maricón y traicionero este Judas, aunque todos los hombres son iguales, te besan y te están traicionando!”. Le pedí que se calmara si quería que continuara con mi relato noticioso.

Mientras Macacha lloraba al saber que los doctores de la ley se llevaban maniatado a Jesús a la casa de Caifás y luego a la casa de Pilatos, Macacha me dijo entre lágrimas y gritos: “Entonces ya en aquellos tiempos la Justicia y el Poder actuaban en contubernio”, pero preferí no hablar de ese asunto y continúe mi relato de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo hasta llegar al monte Calvario, donde Jesús fue crucificado entre dos ladrones.

A esta altura de mi relato, mi comadre Macacha me pidió que callara, porque se le habían acabado sus lágrimas y poniéndose de pie me dijo: “Ahora acompáñeme, compadre, porque a esta hora me han convocado a una Santa Manifestación en protesta por la muerte de Jesusito en la cruz”. Al escucharla me apresuré a aclararle que no se trataba de ninguna manifestación de protesta, sino de la Santa Procesión que se realizaría por las calles de la ciudad en la cual nuestro pueblo acompaña al Cristo yacente y a la Virgen Dolorosa, representados en imágenes que el pueblo venera.

Con la indómita Macacha nos integramos en la Procesión, pero ella, acostumbrada a las manifestaciones, repetía de rato en rato los acostumbrados gritos de “el pueblo unido jamás será vencido…” y otro muy popular que dice: “Fuerza, fuerza, fuerza; fuerza, compañeros, que la lucha es dura, pero venceremos…”.

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