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Una cena inolvidable


ALFONSO PRUDENCIO CLAURE Paulovich
© LOS TIEMPOS / Cochabamba, Bolivia
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© by Paulovich



La Paz - Bolivia, jueves, 21 de abril de 2011

Cuando le conté a mi comadre Macacha que en una de mis vidas anteriores estuve en Jerusalén en las épocas de Jesús, ella no me creyó, pues nunca había escuchado hablar de reencarnación y transmigración, fenómeno espiritual mediante el cual cada uno de nosotros habría vivido varias veces en épocas diferentes.

Le expliqué como pude ésa mi extravagancia cultural y le aseguré a la cholita cochabambina que ella también pudo haber vivido en la época de los fenicios que fueron los precursores de los grandes comerciantes y banqueros y que de esa experiencia provienen su genio comercial y sus éxitos como prestamista, lo cual la hizo repensar en esa posibilidad.

Ella se dio cuenta de esa posibilidad y me dijo que alguna vez pensó en que también había vivido en los comienzos del siglo XIX, pues siempre se creyó una de las Heroínas de la Coronilla, una creencia que iba a favor de mi teoría. Ya vulnerada su resistencia, me pidió que le contara mi experiencia en Jerusalén durante la vida y muerte de nuestro Señor Jesucristo.

Mi comadre abrió sus orejas cuanto pudo y yo comencé diciéndole que había asistido a la última cena que reunió a Jesús con sus apóstoles, y que no figuro en los cuadros que pintaron los grandes maestros, porque yo me encontraba en la cocina que estaba al lado del comedor, en lo que hasta ahora se llama “la mesa del pellejo”, junto a María, la madre de Jesús, y las santas mujeres que jamás abandonaron al Maestro y le acompañaron hasta la cruz.

Macacha, que es vivísima, me dijo: “Entonces tú estuviste en la mesa del pellejo en calidad de ‘colador’, como hiciste muchas veces en tu vida actual de periodista…”. Teniendo que admitir como verdad lo que acababa de decir la comadre. Sin embargo, continuando con mis recuerdos de esa mi vida anterior, le expliqué a mi comadre que mi madre vivía conmigo en Jerusalén y que ella fue muy amiga de la Virgen María y fue ella quien le pidió a la Virgen que me dejara entrar en la cocina para ver desde allí lo que sucedía en el comedor y escuchar algunas cosas que se decía en la cena entre Jesús y sus apóstoles.

Macacha me preguntó si yo había visto cómo Jesús lavó los pies de sus discípulos antes de la cena, respondiéndole que sí y que ésa era una vieja costumbre judía. Macacha volvió a interrumpirme para saciar algo de su habitual sensacionalismo, preguntándome: “¿Vio usted a Judas, el apóstol traidor…?”. Respondí que sí, pero que Judas salió de la cena antes que los otros y dijo que tenía que hablar de negocios con sus amigos ricos.

Macacha, para saber si lo que yo le contaba era verdad, me preguntó qué habían comido Jesús y sus amigos y si en la cocina, en la mesa del pellejo, habíamos comido lo mismo. Le respondí sin problemas que todos habíamos comido un corderito pascual y bebimos un vino rojo.

Al final, le conté a Macacha que Jesús invitó a sus amigos a compartir del mismo pan y del mismo vino, poniéndose muy triste al saber que muy pronto moriría.

Macacha se puso también muy triste y ambos quisimos llorar.

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