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Mi ilusión de ser aduanero



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, Sábado, 30 de enero de 2010

El destino se burló una vez más de mis ilusiones y al ver en la pantalla chica a la señora Marlene Ardaya tomar posesión de su cargo de Presidenta de la Aduana Nacional gruesos lagrimones surcaron mis mejillas mientras exclamaba entre hipos: “¡Soy un desgraciado, soy un desgraciado, porque nunca podré ser rico!”.

Al escuchar mi llanto convulsivo acudió mi esposa con una copa de whisky para consolarme y era tal mi desconsuelo que rechacé la copa y me abracé a ella diciéndole en una de sus orejas que lo único que deseaba era morir y que mis cenizas fueran echadas en los Almacenes Aduaneros de El Alto.

Para alejar de mi una idea tan lúgubre que no cuadraba con mi condición de periodista risueño, ella me recordó que la tenía a ella, a mis hijos, a mis nietos y a mis tías, respondiéndole que todo eso era verdad pero que todos ellos eran legales y que yo siempre anhelé poseer riquezas ilegales que satisficieran mi alma de contrabandista a pequeña escala.

Con la designación de la señora Marlene Ardaya como Presidenta de la Aduana Nacional las ilusiones de mi vida se han derrumbado pues lo primero que anunció fue la designación de personal idóneo y competente en las aduanas de todo el país luego de echar a los funcionarios deshonestos e incapaces. O sea que la Aduana Nacional dejará de ser la hermosa, placentera y remunerativa institución que fue para convertirse en unas oficinas frías, sin calor humano y con recaudaciones correctas y pólizas sin mácula y lo que más me preocupa sin “charleston” y sin inspectores que hacían la vista gorda, que no serán iguales a las gordas que daba gusto verlas. Le dije a mi esposa que no tratara de consolarme en mi aflicción porque mi ilusión de ser aduanero durante cinco años, o dos años, o por uno solo, y hasta por seis meses o por un mes, con sueldo o sin él, había muerto la otra noche.

Para disipar mi pena, ella me invitó a dar un paseo por la calle Uyustus, la calle Eloy Salmón, el Barrio Chino, la calle 16 de Julio en El Alto, la calle Graneros y el Miamicito que seguramente estarían de duelo porque en el futuro tendrán que pagar impuestos por expender mercadería supuestamente contrabandeada. Nos vestimos de negro para asociarnos a su dolor y allí nos dirigimos.

Al dirigirnos a esos sitios tan caros para nuestros corazones y tan baratos para nuestros bolsillos, mi esposa me preguntó: “¿Cuántos años hace que el contrabando se ha convertido en comercio casi legal ante la miopía interesada de las autoridades aduaneras?”.

Me atreví a decirle que hace más de cincuenta años y que existen mercados similares en toda la república a los cuales acudimos normalmente y ya no hay bandas de contrabandistas, sino Asociaciones y Sindicatos que los representan.

¿Podrá la señora Marlene Ardaya hacer una Aduana de verdad? Ella y el tiempo nos responderán, aunque yo siga llorando la muerte de mi ilusión de ser aduanero alguna vez.

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