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El dolor de ya no ser



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, Domingo, 31 de enero de 2010

La otra tarde, al igual que muchísimos “ciudadanos de a pie”, subí a un minibús en la avenida Montes para trasladarme a la ciudad de El Alto, donde debía abrir mi academia de Tangos Carlos Gardel y comenzar mis clases del “dos por cuatro” a señoras y señoritas de la alta sociedad alteña y a algunos dirigentes de las Juntas Vecinales. Me tocó en suerte sentarme detrás del asiento de dos cholitas muy simpáticas que desde la partida comenzaron a conversar, seguras de que nadie las entenderían ni tomaría nota de sus confidencias profesionales y de su mundo social particularísimo.

—Cómo has estado, Rosacha, hace mucho tiempo que no nos miramos nuestras caras ni nuestras polleras.

—Así es, Chirley, el otro domingo fui a una fiesta preparatoria del Gran Poder y entonces vi a una cholita igualita a vos que estaba chapando con un viejo macanudo parecido a Charles Bronson, me acerqué para felicitarte y no habías sido tú.

—No, Rosacha, no he salido este último tiempo porque me han largado de mi pega. ¿Te acuerdas que trabajaba en la casa del Menistro?

—Claro que me recuerdo, Chirley, yo también trabajaba con su amigo el otro Menistro. A mí también me largaron a los pocos días después de la cresis del Gabinete.

—¡Qué barbaridad! Entonces nos han largado al mismo tiempo, Rosacha, pero mejor que me han largado de la pega porque desde que el cawallero dejó de ser Menistro la vida en esa casa se convertió en un infierno pues todas eran peleas y una noche la loca de mi señora le jaló de sus mechas al cawallero.

—Igualito me ha pasado Chirley y como el cawallero ya no salía al Menisterio se quedaba en la casa y renegaba cuando ella le pedía plata para el pan, para el mercado, para la papaya. Antes éramos felices todos porque venía el chofer del Menisterio y le entregaba plata como chuño.

—Igualito pasaba en mi trabajo, todo el día se miraban el cawallero y la birlocha de su mujer. Ya nadie los invitaba a cofteles, comidas, ajtapis, los sábados y domingos iban a parrilladas a Huatajata y dos veces han ido a Santa Cruz a Los Tajibos, que debe ser una pensión de lujo donde se bañan las Magnéficas.

—Yo te cuento, Chirley, que en Navidad recibimos un montón de canastones hermosos para el cawallero Menistro y su destinguida esposa. ¿Y te han pagado tus beneficios sociales?

—Nada, Chirley, aunque el cawallero me ha dicho que pase por el Menisterio y lo busque a un tal Mamani que es el encargado de pagar sus cuentas pendientes, pero nunca está en el Menisterio. Y a vos, Rosacha, ¿te han pagado tus beneficios sociales?

—Ni un centavo, Chirley, y la birlocha, mejor dicho, la mujer del cawallero Menistro me ha entregado diez de sus vestidos nuevos que se había puesto una sola vez para que los venda a buen precio.

(Entonces llegamos a la Ceja de El Alto y tuve que bajarme del minibús sin saber los nombres de sus empleadores, ex ministros que sufren el dolor de ya no ser, como dice la letra del tango Cuesta abajo.)

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