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Jubilarse a los 58 años



© by Paulovich



La Paz - Bolivia, Viernes, 14 de mayo de 2010

Algunas mujeres y también algunos hombres suelen quitarse la edad como si esa treta rejuveneciera a sus autores. Mi comadre Macacha y yo hablamos siempre “a calzón quitado”, frase popular y metafórica que significa utilizar la verdad desnuda en un diálogo, o calancha o calata, como dicen en mi pueblo.

Al preguntarle por su edad, mi comadre Macacha me confesó con naturalidad que tiene 58 años, comentándole con galantería cuasi cursi: “Usted comadre, representa menos”. Ella sonrió al sentirse piropeada replicándole duramente: “Entonces, comadre ya está usted en edad de jubilarse, según algunos dirigentes de la Central Obrera Boliviana y del Gobierno”.

En efecto, me enteré por la prensa de que esas autoridades, aparentemente conflictuadas en este momento, prefieren hablar de una Ley de Pensiones que de aumentar el salario mayor al cinco por ciento que servirá para el chairo de los trabajadores, y en sus sabios argumentos hablan de que los bolivianos se podrán jubilar a los 58 años, que es la edad de mi comadre Macacha.

Al decirle a mi pariente espiritual que ya estaba en edad de jubilarse, ella se calentó y me contestó que el que debería jubilarse y dejar de escribir macanas soy yo, que este año cumpliré 83 años si es que no entrego antes la herramienta. Al entender su enfado, le clavé una mirada profunda y dulce de mis chaskañawis (léase ojos de estrella) y nos abuenamos.

Iniciando un diálogo sencillo, dije a mi comadre mi desacuerdo con esa ley que pretende jubilar a los bolivianos y bolivianas al cumplir los cincuenta y ocho años, porque a esa edad la mayoría de los adultos en nuestro país todavía estamos en edad de producir y de rendir muchos frutos que nos permite la edad adulta en una serie de actividades, como las del pensamiento, las artes, las ciencias, la artesanía y otros campos.

Macacha agradeció mis palabras y me dijo que ella, a los 58 pirulos, se encontraba en una hermosa edad y se sentía capaz de emprender grandes negocios, y que si continuaba el éxito en su profesión de prestamista pensaba crear el Banco Macacha para ayudar a las cholas de Cochabamba y otras ciudades, idea que me pareció estupenda y que me dio la oportunidad para decirle que muy pronto le pagaría los intereses correspondientes a abril por un préstamo que me concedió para carnavalear juntos en Oruro.

Al verla optimista y joven, le conté que hace muchos años leí una novela titulada El jubilado, del gran escritor argentino Mallea, donde se narra la vida de un jubilado en Buenos Aires cuyo anhelo de descansar termina a los tres días y luego emprende un paseo por el Jardín Zoológico, luego el Botánico y después los museos públicos y privados de la gran ciudad, concluyendo su aventura del ocio a los dos o tres meses, momento en que se mete en la cama y no se levanta nunca más, enseñándonos que la jubilación ociosa es el camino recto hacia la muerte.

Macacha y yo no queremos jubilarnos.

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