
© by Paulovich |
30/08/2009
Cuando supe de la noticia acerca de la decisión gubernamental de lanzar al espacio el primer satélite boliviano, me emocioné de verdad, abracé a mi mujer, la despeiné, la besé en sus orejas y levantándola por los aires lancé mi grito de mariachi de ay, ay, ay, ayayayayayi, que es la máxima manifestación de mi alegría.
Salí por las calles de La Paz con la certeza de que el pueblo paceño haría lo mismo para vitorear al presidente Evo por colocar un artefacto espacial boliviano, pero la gente permaneció indiferente, salvo algunos fabricantes nativos de cohetillos y fuegos artificiales, que alegran los presteríos y fiestas religiosas en los pueblos, los que me dijeron que ellos habían sido los principales promotores del primer satélite boliviano.
Naturalmente me encargué de aclarar aquella peregrina idea, ya que una cosa son los petardos que lanzamos en nuestras fiestas religiosas, cívicas y deportivas, y otra muy diferente que los bolivianos lancemos al espacio un satélite particular que nos sirva desde un lugar en el espacio asuntos de comunicación.
Llegué hasta el Bar Comercio de Cochabamba (el “Barco”) en un viaje relámpago que hice a la ciudad del Rocha River para participar en una proclamación del binomio Evo-Alvarín a la reelección y así poder felicitar al presidente Evo por la luminosa idea de lanzar al espacio un satélite boliviano, pero los mencionados no me dieron pelota y tuve que marcharme al “Barco” en busca de mis amigos inteligentes que asisten a esa gran local para analizar los grandes asuntos bolivianos.
Allí encontré a mis amigos sabios de la comunidad greco-cochabambina, bajo la presidencia del pensador Aristóteles Giorgiadis Quiroga, ante quienes expuse mi alegría por el futuro lanzamiento del primer satélite boliviano, que sería disparado al espacio mediante un cohete desde Cabo Canedo, versión cochala de la base Kennedy para el lanzamiento de naves espaciales y que está en la zona de Jaihuaycu, que algunos imaginativos ciudadanos dicen que su nombre real es Hawai-cu.
Mis talentosos amigos ya habían estudiado el proyecto que impulsará el presidente Evo, y me hicieron caer en cuenta de que gastar 300 millones de dólares en un satélite es irracional en un país lleno de pobres y desempleados, donde hasta los periodistas tenemos que vender ropa usada para sobrevivir y que actualmente nos comunicamos con el mundo sin necesidad de contar con un satélite espacial aunque éste pudiera llamarse Túpac Katari, insigne rebelde indígena.
Mis amigos cochalas, más bien greco-cochabambinos, tenían razón, y Giorgiadis Quiroga me dijo que nuestro país debería resolver primero sus problemas de pobreza, salud y educación antes que en pensar en lanzar cohetes para instalar satélites bolivianos en el espacio.
Como me vieron con cara de originario y admirador de Evo, también me manifestaron su oposición al proyecto de adquirir en Rusia un nuevo avión presidencial, que costaría 30 millones de dólares y que se llamaría “Atahuallpa Junior”. Tuve que decirles: la inteligencia boliviana sigue siendo cochabambina.
