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Día de los peluqueros



© by Paulovich


w 25/08/2009

Ayer se celebró el Día del Peluquero, un servidor público que tiene en sus manos nuestras cabezas y cuyos servicios nunca han sido reconocidos por los altos poderes del Estado. Cuando me enteré de la celebración, no pude menos que echarme las manos a la cabeza y exclamar: “¡Hoy es el día del peluquero y yo con estas ch’askas!”, poniéndome a la máquina para escribir esta crónica.

Siempre consideré a los peluqueros como algo colegas míos porque ellos y yo nos ganamos la vida tomando el pelo a los demás, no dejando contentos a nuestros clientes que alguna vez nos amenazan con represalias, como si nosotros (los peluqueros y yo) tuviéramos la culpa de que nuestros clientes tengan malos pelos, o sean de medio pelo o de pelos tujchis (léase hirsutos).

Esta similitud de oficios me llevó en mi juventud a vender mis primeros libros en las peluquerías y farmacias por la sencilla razón de que a aquéllas acude mayor número de personas que a las librerías, hecho que redundó en una mejor venta de mis libros, y mayor prestigio de los salones de peluquería y establecimientos farmacéuticos.

Establecida esta relación entre peluqueros y periodistas que pretendemos escribir con algo de buen humor, ¿no existirán también algunos políticos que, pretendiéndolo o no, nos “toman el pelo” a su gusto y sabor?

Parecería que sí, lo que me llevó a conversar con un viejo peluquero que se empeñó en domar a mi hirsuta cabellera desde que yo era niño recordándome a los viejos fígaros que conocí en la peluquería Royal de la plaza Murillo, la peluquería Select de la calle Potosí, la peluquería Antezana de la calle Yanacocha y la peluquería del Chino en la avenida Santa Cruz, donde brillaba con sus tijeras el maestro Tellería.

Mi viejo amigo peluquero me aseguró que muchos políticos nos hacen una competencia desleal tomando el pelo a todo el país con medidas que nos hacen temblar. Ya sentado yo en el sillón de la peluquería, y con la navaja en la mano, el descendiente directo de aquel barbero de la época cervantina me preguntó: “¿Qué clase de corte quisiera usted que le haga? Yo le aconsejo el corte Silala”. Le acepté y el fígaro me explicó que su corte Silala consistía en trasladar mis pelos a un chileno calvo que estaba a mi lado y que después el calvo me pagaría cincuenta centavos cada mes dentro de cuatro años. Le rechacé tal corte denominado Silala.

Cambiando de tema mientras me hacía la barba, pregunté al maestro si conocía al peluquero del presidente Evo, quien en todas sus presentaciones luce un peinado impecable. El maestro dijo: “Es lo único impecable que tiene en su Gobierno, pero el nombre de su peinador es un secreto de Estado, es un top secret que se guarda en las bóvedas del Banco Central, junto con las cifras de la deuda interna”.

Los peluqueros saben mucho y además te lo cuentan todo porque es parte de su oficio y es por ello que los admiro y saludo en su día que fue ayer.



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